El Peñón de Raíces, donde se asentaba el Castillo de Gauzón |
El castillo ya no existe. Ni siquiera las piedras quedan. Una maldición cayó sobre la fortaleza. y a su conjuro las murallas se volvieron polvo y cayeron las torres altivas, que erguían su testa a orillas de un mar proceloso; no quedó ni el recuerdo. Sólo las consejas de las buenas gentes, que se santiguaban si la noche les sorprende en los lugares donde dicen que el castillo estuvo. La sombre del sacrílego vaga aún por los contornos, y su gemido en la noche se funde con el bramido del viento y del mar.
Fue en Navidades cuando se preparaba la boda de doña Elvira, la hija de los condes de Gauzón, con Alfonso de Benavides. Las fiestas de la boda se presentaban alegres. Todo era ir y venir, engalanar salones, alojar invitados. Los nobles de León, y Galicia, los de Vasconia y Navarra, habían acudido al convite desde sus lejanas tierras. La hora fijada para el enlace era la medianoche.
Planta del Castillo de Gauzón |
Una terrible pasión consumía el pecho del sacerdote. Había jurado que Elvira, a la que amaba desde mucho tiempo atrás, no sería de nadie. Y esa noche era la de sus bodas, y un hombre compartiría con el ella su lecho y su mesa.
Desesperado, concibió el más horrible crimen, y envenenó las hostias de la Comunión que iba a dar a los contrayentes.
Tras la boda, la cena. Las fuentes llenas de caza, de empanadas y rellenos, de pescados y dulces. La alegría en torno a los novios, que pronto palidecieron y cayeron muertos. No tardó en seguirles el sacerdote, que confesó su crimen y su arrepentimiento antes de morir. Y la fiesta de la boda se tornó en duelo.